Por Felisa Pinto
Casi 34 años después de la muerte de Gabrielle Chanel –también llamada Coco o Mademoiselle, según la época–, se acaba de inaugurar en el Museo Metropolitano de Nueva York la muestra que lleva, en cambio, su marca, Chanel. Para su curador, Harold Koda, del Costume Institute, tanto la obra como la visión de la nueva mujer del siglo XX que inventó la modista, merecen conocerse en estos días de caos y desconciertos. “Ella fue quien más allá de su genio como artista de la moda, revolucionó las ideas sobre el vestido y el vestirse y su nombre fue sinónimo de refinamiento y flair, o chic, si se prefiere”, asegura Koda en el catálogo.
La muestra Chanel (1883-1971), examina y exhibe la historia de la casa desde sus comienzos, focalizando sus diseños-iconos con todos los detalles de cada período. También revela la yuxtaposición de su obra con la reinterpretación de Karl Lagerfeld, quien, a partir de 1983, revitalizó y puso al día la etiqueta, a veces violentando los límites de la identidad de Coco, para obedecer, en cambio, leyes del mercado y ganar millones. Cambios que quizá no hubieran disgustado a Mademoiselle, quien amaba lo caro y verdaderamente suntuoso más que a nada en el mundo. Aún más que a sus amantes, dicen los que saben.
Sin embargo los dos primeros (amantes), Etienne Balsam y Boy Capel, la ayudaron a afirmar su personalidad y le aportaron ayuda financiera para su debut en la moda. Cuando sucumbió al charme del Gran Duque Dimitri Pavlovitch, ella ya era rica y célebre, pero bajo su influencia rusa diseñó joyas de fantasía en estilo bizantino, y el perfume Cuir de Russie que hasta hoy se puede comprar, por encargo, en la sede de la calle Cambon, en París. El Duque de Westminster, por su parte, la cubrió de joyas millonarias y del gusto por los yates y el tweed, urdimbre inglesa que incorporó como pionera en el vestuario de las elegantes francesas. Otro amante (o amigo, dicen otros), Pierre Reverdy, la aconsejó en los textos sublimes que escribió en sus catálogos en su condición de poeta, y Paul Iribe, decorador, ilustrador y dibujante, incentivó su imaginación gráfica y ella creyó ver en él al hombre de su vida, hasta que murió de repente, con el consiguiente desconsuelo de la diseñadora.
Y probablemente, a partir de entonces, la llamaron Mademoiselle. Lo que nunca quiso decir “solterona”.
La muestra del Metropolitan cierra en agosto. Por si a alguien se le ocurre viajar a Nueva York.
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