sábado, julio 16, 2005

Entrevista al curador del Museo Rufino Tamayo, Juan Carlos Pereda

LA COLECCIÓN TAMAYO DESEMBARCÓ EN PROA
por Marcela Costa Peuser
Esta muestra, organizada conjuntamente con el Museo Tamayo de México, uno de los museos más importantes del continente por la calidad de las obras que conforman su colección, puede visitarse hasta el 18 de septiembre en la sede de la fundación, en el barrio porteño de La Boca.
El arte del siglo XX desembarcó en Proa representado por una magnífica selección de 84 obras de los diferentes movimientos artísticos del siglo XX pertenecientes a la Colección Internacional del Museo Rufino Tamayo. La muestra exhibe obras de artistas fundamentales como Picasso, Léger, Rothko, Magritte, Bacon, Tamayo y Warhol, entre otros, así como Le Parc, Bonevardi y Polesello.

Conversamos con Juan Carlos Pereda, curador general del Museo Rufino Tamayo, quién nos contó del trabajo que realizado con Adriana Rosemberg, directora de la Fundación Proa de Argentina, durante tres años en la materialización de esta exposición y de los encuentros y desencuentros que Tamayo tuvo que sortear para formar esta colección.

AAD: ¿Cuántas obras conforman esta muestra?
JCP: En un principio había seleccionadas 50 piezas y luego el número creció a poco más de 80. Esta fue una decisión muy acertada porque tenemos la oportunidad de mostrar las piezas que compró el maestro Tamayo y algunas que han sido donadas por artistas como Jacobo Borges, Fernando Botero y Ramírez Villamizar.


AAD: ¿Cuál es el origen de la colección?
JCP: Tamayo y su mujer se propusieron conformar una colección de arte internacional para el pueblo mexicano donde estuvieran presentes los diferentes movimientos del arte del siglo XX, ausentes hasta la decada del ’60 del patrimonio público de los museos mexicanos. La colección se formó muy rápido, en menos de una década, entre el ’72 y el ’81 que es cuando, finalmente, abrió el Museo. El maestro Tamayo ya tenía unas piezas seleccionadas por su esposa Olga, entre las que podemos mencionar el Jean Dubuffet que los Tamayo tuvieron desde los años ’50 en su propia casa. Una casa dónde, curiosamente, había pocos Tamayos y básicamente arte contemporáneo y arte popular mexicano.


AAD: ¿Cuándo adquirió obra de Julio Le Parc?
JCP: En la colección hay dos piezas de Le Parc, uno mecánico y una pintura de 2 x 2 m. Ambas las compró en París y, aunque nunca tuvo un diálogo estético con este artista, las incorporó por considerarlas representantes de la evolución del arte. Muchas de las compras se hicieron a través de Pierre Levai, su dealer y director de la Galería Marlborough y Fernando Gamboa.


AAD: ¿Cuáles son los artistas que se acercan a la estética propia de Tamayo?
JCP: Son pocos los artistas de la colección a los que podemos asociarlo directamente. Edgard Negret, lo mismo que Joaquín Torres García, son artistas muy interesados en redescubrir sus raíces ancestrales y, con estos elementos, elaborar un lenguaje universal y mostrarlo actualizado como una floración nueva de esos antecedentes primarios y primitivos. Aunque no hubo diálogo directo entre ellos, sintió que la poética era la misma. Hay otro concepto que a Tamayo le ejerció una fascinación extraordinaria –con el que tiene un dialogo estético desde los años ’50 y que se manifiesta más claramente en los años ’70- y es con las texturas informalistas de Tàpies. Tamayo es invitado a trabajar en la editorial Poligráfica de Barcelona donde verdaderamente se entusiasmó con los logros estéticos que pudo alcanzar. Pero es en el ’73 cuando profundiza el conocimiento de la obra de Tàpies y se fascina con las texturas, con la riqueza matérica que el artista le da a sus telas y con su dibujo simplificado. Tamayo logra, a partir de ese momento, una textura mucho mas rugosa al incorporar piedra pómez, arena y minerales molidos que le dan una extraordinaria riqueza y una elocuencia enorme a la composición de la obra. Con Debuffet el diálogo se produce no sólo en lo estético sino también en el pensamiento. Ese sentimiento de abandono del hombre. Ese sentimiento de orfandad que experimenta la humanidad entera al término de la Segunda Guerra Mundial y que Debuffet pintó magistralmente en todos sus cuadros. Reflexiones coincidentes no sólo en el orden estético sino también en el orden filosófico y humanístico. Tamayo explora el arte popular e infantil, mientras que Debuffet lo hace en la poética del Art-Brut, basándose en los alienados y en los enfermos mentales. Aunque son direcciones totalmente distintas, finalmente se juntan.


AAD: ¿Cuál es la característica de la colección?
JCP: La colección es, como todas las colecciones, un recuento de todas las facilidades, de los gustos pero también el cuidado por mostrar lo que él consideraba que eran los grandes avances en la historia del arte. La prueba está en que, a los 87 años, Tamayo incorpora a la colección dos instalaciones: La última cena del argentino Leopoldo Mahler y Autocinema, del norteamericano Roger Welch. A Tamayo no le interesaban personalmente las instalaciones, pero sentía que eran un nuevo capítulo dentro de la historia del arte. Es importante destacar el sentimiento de Tamayo por hacer una colección de sus pares, de sus afinidades estéticas y, por otro lado, también incorporar los avances en la historia del arte, aunque éstos no hayan sido de su gusto personal. Una colección que habla de sí mismo como difusor de las ideas del arte contemporáneo. Tamayo fue un hombre de pensamiento pero también de acción y obra. Dispuso de una cantidad enorme de sus recursos para adquirir obra y donarla al pueblo mexicano. Tuvo, además, el acierto de hacerse asesorar en la adquisición de las obras. No sólo en los artistas sino en cada una de las piezas. El resultado es lo que podemos admirar hoy.


Cecilia Rabossi, curadora convocada por la Fundación Proa, viajó a México e investigó la historia de la colección y del Museo Tamayo para plantear los lineamientos de la presente exhibición. Una colección que se centra fundamentalmente en los movimientos artísticos surgidos después de la Segunda Guerra Mundial, pero que posee obras de artistas cuyos nombres nos remiten a los movimientos vanguardistas de la primera mitad del siglo.

AAD: ¿Cúal fue el guión elegido en este caso?
CR: Decidimos mostrar un panorama de la colección, las líneas más fuertes y a partir de allí surgieron los cinco núcleos que presentamos. El primer núcleo es como pasar por las distintas búsquedas figurativas: Picasso, Magritte, Léger te remiten a esa figuración de las vanguardias históricas despues de la Segunda Guerra Mundial. Con Dubuffet hay un nuevo tipo de figuración, la figuración derivada de los informalistas representada por Saura y el nuevo realismo de Bacon. Es un poco ver los caminos del arte figurativo del siglo XX, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra. Por eso éste es un núcleo bastante ecléctico. En el segundo núcleo se trabajó con los lenguajes informales inscriptos dentro del expresionismo abstracto norteamericano, el informalismo, sobre todo el español, también con obras francesas de la escuela de París que fue muy fuerte con la abstracción lírica. Este núcleo incluye obras de Tàpies, Goeritz, Rothko y Motherwell. En el tercer núcleo trabajamos el arte cinético y el arte óptico como ejemplos de la unión de la creación artística con la investigación científica. Aquí se exhiben obras de Le Parc, Cruz Diez, Polesello. La abstracion geométrica del cuarto núcleo está representa por una obra de Marcelo Bonevardi. Un quinto y último núcleo reúne las pocas piezas del Art-Pop de la colección -Warhol- y dos piezas de Cristho, que en realidad remiten al arte conceptual y pertenece a los nuevos realismos franceses de la década del ’60, que es un movimiento paralelo al Pop

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